CAPITULO VI (1)

VI
31 de Enero de 1818
REGUEIRO, OURENSE



1

A la mañana siguiente, Manuel se levantó y, a pesar de la fina lluvia que amenazaba por momentos con volverse mas intensa, salió a la calle para ver qué se contaba sobre el pequeño Pedriño. Al parecer, se había pasado el día anterior durmiendo y le había sentado terriblemente mal el caldo de verduras y el pan que su madre le había dado de comer cuando despertó a final de la tarde. Durante todo el día anterior, las historias sobre el milagro de Pedriño iban y venían de casa en casa como un ente vivo que recorre las sucias y encharcadas calles en busca de un auditorio para sus leyendas.
Las personas se dirigían con paso lento y cansado hacia la iglesia dónde el párroco se disponía a oficiar una misa para dar gracias a Dios por haber traído de vuelta a la aldea al hijo perdido.  Romasanta fue corriendo a ver a Don Valentín para preparar los oficios. Se le había ocurrido una idea y tenía que exponérsela al párroco antes de la misa.
-Padre, he pensado que...-dijo como ausente mientras doblaba los hábitos del cura.
-Dime Manoliño.
-Pues he pensado que...-vaciló de nuevo.
-¡Ay!¡Venga muchacho que no tenemos todo el día!
-Pues he pensado que...como mi hermano fue el último que salió a buscar al Pedriño y que el Pedriño dice que siguió una voz pues....
-¿Pues qué, carallo?
-Pues que usted podría mencionar a mi hermano en el sermón. Eso estaría bien. Estaría muy bien ahora que Juan está malito y eso. ¿Podría hacerlo?
-Bueno,-cortó el prelado-no puedo decir que la voz que Pedriño siguió era la de Juan. Los hombres del pueblo dicen que la voz que oyó fue la de una muchacha que se perdió en el bosque hace cieno cincuenta años y de nombre Ana apodada la “Robardiña”. Yo no creo en estas historias pero tampoco quiero hacer la contra a los mayores.
Manuel agachó la cabeza visiblemente contrariado y decepcionado y siguió con su tarea.
-Lo que sí puedo hacer-prosiguió el cura- es mencionar a los mozos que nunca han desistido en su empeño de buscar al chico e insistir en la inmensa bondad de Juan por seguir buscándolo cuando ya todos pensábamos que el Pedriño estaba muerto. Dios es grande y, aun cuando todo está perdido, da fuerzas a uno de sus siervos para que su grandeza prevalezca sobre las fuerzas del maligno. ¿Te parece bien asi?
-Gracias Padre.
Terminó de doblar la casulla y salió corriendo hacia la calle.
-Voy a contárselo a mi hermano. Estaré de vuelta en un instante.
Corrió por las calles sin tener el cuidado de esquivar los charcos. Saltaba como una cabra de los montes con la gracia de un animal en su propio elemento. Entró en la casa a toda velocidad gritando el nombre de su hermano. Pero su hermano ya no estaba en la casa. La alegría de Manuel desapareció de golpe dejando paso a la sorpresa y el estupor.
-Se ha ido Manoliño, se ha ido.
Manuel no había visto a su madre sentada a la mesa con el rostro envuelto en lágrimas.
El joven miró el catre con las mantas aún arrugadas y luego miró a su madre.
-Se ha ido- repitió María abriendo los brazos hacia su hijo pidiendo un abrazo.
El niño se hundió en el enorme pecho de su progenitora y rompió a llorar.
-Se ha ido, hijo mío. Solo podemos rogar a Dios que, vaya dónde vaya, encuentre la felicidad que nunca tuvo aquí.


















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