CAPITULO XIX
XIX
6 de septiembre de 1829
ROMASANTA TIENE 19 AÑOS
SOUTELO
OURENSE.
Romasanta hizo parte del
camino de vuelta andando. Había empezado el verano trabajando en la siega como
la mayoría de los gallegos que salían de sus casas al terminar la temporada de
lluvias. Sin embargo aquel año se encontró una noche con Manuel Ferreiro que le
convenció para que hiciera parte del recorrido con él y que se pusiera a
trabajar como vendedor ambulante. Llegarían hasta León, comprarían la mercancía
y luego irían primero hacia Chaves para comerciar con la quincalla y luego
volverían a Galicia para seguir vendiendo el género adquirido en Portugal.
Manuel accedió pero a
mediados de agosto, la ausencia de Francisca se le hacía demasiado pesada y se
volvió solo antes de terminar la temporada.
Llegó al pueblo un día
soleado a media tarde.
-¡Genaraaa!-gritó al pasar delante de la
casa de Francisca. Manuel se había ganado a la madre de su amada con las
intimidades de los demás. Si había algo que le gustaba a la madre de Francisca
(más que el pote, claro) era saber de las vidas de las demás gentes. Y Manuel de eso sabía mucho. Leyendo y
escribiendo cartas para unos y otros, se conocía al dedillo el día a día y los
secretos de no pocos vecinos de los alrededores. Además de poder escribir y de
saber como plasmar en papel con propiedad y perfecta gramática las frases de
los campesinos de las aldeas y de los concellos vecinos, Romasanta era buen
conversador. Sabía entretener a las buenas gentes mientras cogía el bajo a un
pantalón o tomaba medidas para hacer un chaleco y así, conseguía ganarse la
amistad de los vecinos y se enteraba de todo lo que acontecía entre las cuatro
paredes de piedra que les servía de hogar.
-¡Genaraaaaa!-Volvió a gritar.
Era evidente que no podía
entrar en casa de Francisca diciendo “Quiero a esta chica más que a mi mismo y
por ella estoy aquí!” pero sí podía llegar a la casa y contarle a la madre tres
o cuatro chismes de los habitantes de A Quinta o de Esgos y de esta manera dar
a conocer a su querida Francisca que ya había vuelto.
-¿QUÉ HORAS SON ESTAS DE VENIR DANDO VOCES
ENANO!
-¿Quiere usted bajar la voz? Que se van a
enterar hasta en Finisterre que he vuelto.
La mujer había salido al
rellano de su puerta con un vestido blanco muy fino hecho de muchos pliegues de
tela y que casi se trasparentaba. Manuel se esforzaba para no mirar a la
mastodóntica mujer a través de su ropa.
Genara sonrió al ver al
joven que ya, a pesar de ser tan pequeño de estatura, se estaba convirtiendo en
todo un hombrecillo que viajaba solo por los caminos de Galicia, tierra que
empezaba a conocer con una precisión bastante envidiable.
-¡Pronto regresas tú este año! ¿Qué pasa, se
ha dado mal la siega!
-Al contrario señora, me he echado a vender y
sabe Dios que he ganado más que mis paisanos segando. Y mire si me ha ido bien
que vuelvo antes.
-¡Pues me alegro mucho por ti muchacho! Y
cuéntame, ¿qué noticias traes de tus viajes?
-Pues le diré, sin temor a equivocarme, que la
Carmen, la hija del señor Pascual Romero, que vive en Feirobal está a punto de
separarse de su marido. Se cuenta que en ausencia del marido, la mujerzuela se
veía con Don Amedio y un día fueron pillados por la hermana del cornudo. Se
puede imaginar el revuelo armado.
A Genara se le iluminó el
rostro con una sonrisa que parecía partir de las orejas.
-¿Si? ¡Cuenta, cuenta!
-Romasanta se disponía a continuar con su
relato cuando Francisca apareció detrás de la puerta atraída por el ruido. Tuvo
que deslizarse entre el cuerpo de su madre y la jamba de la puerta para encontrarse
frente al chico que amaba. Tuvo que disimular su alegría pero no pudo reprimir
una sonrisa y soltar al aire un amago de beso.
Manuel era más parco. Sonrió
a Francisca amigablemente, la saludó y prosiguió con su relato. No llegó a
entrar en la casa alegando que tenía prisa por llegar a su pueblo y ver a su
madre.
Se despidió cordialmente y
madre e hija se disponían a entrar en la casa cuando Manuel añadió:
-Por cierto, Francisca, mira lo que te he
traído de Portugal.
-¡TÚ NO TIENES QUE TRAERLE NADA A MI NIÑA,
ABUSÓN!
-¡Si no es nada malo Señora Genara! Solo se
trata de una estampita de Santa Mariña de Aguas Santas. Mire, también le he
traído a usted unos pañitos de Portugal.
La mujer quedó complacida
con el regalo del joven buhonero y Francisca apenas tuvo tiempo de dar las
gracias a Romasanta cuando este le susurró al oído:
-Te espero mañana en nuestra cabaña.
-Gracias Manuel. Adiós.
-Adiós Francisca,-y dirigiéndose a la casa-Adiós señora Genara.
-¡ADIOS RAPAZ! VEN EL DOMINGO Y ME CUENTAS MÁS
COSAS.
-Descuide Genara, así lo haré.
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