CAPITULO XXIII
XXII
24 de Marzo de 1830
ENTRE REGUEIRO Y SOUTELO
LA CUEVA DE ROMASANTA
OURENSE.
Llegó de repente cuando el
joven ya no esperaba a su amada. Su corazón se desbocó y comenzó a latir a gran
velocidad.
-¡Francisca!
Y no supo más qué decir.
Se quedó parado sin poder
articular palabra mientras escrutaba con la mirada todo el cuerpo de la
muchacha. Seguía tan bella como de costumbre y sus caderas se adivinaban tan
sugerentes como siempre debajo de su falda. Pero había un detalle en el que no
había reparado con la primera mirada: lucía una mancha oscura en la mejilla
debajo del ojo izquierdo.
-¡Francisca, ¿qué...?
-Mira Manuel...hay una cosa de la que debemos
hablar...
Se quedó pensando en la
forma de explicar lo que le rondaba la cabeza.
-¿Qué te ha pasado en la cara...?
-¡No, espera...! Deja que hable yo primero.
Se hizo una tensa pausa.
-Verás, yo te....quiero...y...
-¡Dime que te ha pasado en la cara!
Manuel sospechaba lo que
había ocurrido y no le gustaba absolutamente nada lo que estaba a punto de
escuchar.
-Manuel...deja que te lo explique.
-¿Quién te ha pegado Francisca? ¿ Quien ha
sido?
-Ha sido mi madre, Manuel...ha sido ella... mi
padre no estaba... y ella....
-¿Tu madre te pegó en la cara hace una semana?
-Si... fue después de que volviera a casa
después de nuestro último encuentro. Aquel día me dijo que sabía que tenía un
enamorado y que no podía, que era demasiado joven aún, que lo olvidara... en
fin, las cosas que dicen las madres.
-Las madres no dicen eso. Eso solo lo dice tu
madre.
-Déjame que siga. Después, al regresar de la
cueva, mi madre me esperaba en casa fuera de sí. Me dijo que sabía que venía de
verte (aunque no sabe quién eres) y me dijo que tenía que dejar de verte
inmediatamente. Le dije que no lo haría y entonces me golpeó en la cara. Caí al
suelo al instante y me hice daño en la espalda. Luego me dio varias patadas y
cuando conseguí levantarme de nuevo, volvió a golpearme mientras me decía tenía
que olvidarte, lo quisiera o no.
Manuel estaba preso de la
ira. Agarró un cuchillo tallado en
madera y se disponía a salir de la cueva cuando Francisca sujetó al joven por
el brazo.
-¡Manuel, te lo ruego! No se que vamos a
hacer. A lo mejor, cuando vuelvas después del verano ya se le habrá pasado y...
-¡Este verano tenía pensado vender quincalla
por los pueblos de los alrededores para estar cerca de ti. ¿Qué debo hacer
ahora? ¿..irme a la siega?
-Manuel, lo siento pero debemos dejar de
vernos. Sino mi madre me matará.
Francisca miró a Manuel
sosteniendo su mirada. Le besó la mejilla y se levantó del banco de madera.
-Adiós Manuel Blanco Romasanta.
Manuel no contestó. Mientras
contemplaba a la joven saliendo de la cueva pensó en aquel día en que su padre
le dio aquella paliza justo después de matar al lobezno en el bosque. Aquello
fue una agresión injusta.
Y si aquella agresión tuvo
su castigo, esta tampoco se iba a quedar impune.
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