CAPITULO XXIV



XXIV
6 de abril de 1830
SOUTELO
OURENSE




Genara Vázquez salió de la casa de la Campariña con el paso firme y apurado y el semblante de preocupación. Hacía una tarde malísima. Había un viento muy violento y, por un momento pensó que iba a salir volando aunque luego reconoció que el viento debía arrancar todos los árboles del bosque antes de que ella despegara los pies del suelo.
Aquel pensamiento le hizo gracia, esbozó una ligera sonrisa y apresuró el paso para legar a su casa cuanto antes. El hogar estaba muy cerca, tan solo tenía que atravesar un par de calles y llegaría por fin al calor de la reconfortante lumbre. Al entrar en el callejón que daba a la pequeña capilla que había justo antes del puente de las ánimas, Genara percibió una pequeña sombra al otro lado. La mujer paró en seco. No lograba ver si se trataba de un niño o de un adulto pero allí había alguien. El lugar y el cielo gris plomizo daba al lugar una apariencia lúgubre, oscura, casi fantasmal. Sintió un escalofrío subirle por todo el espinazo hasta la base de la nuca.
-¡Psssst!
Genara se sobresaltó y su corazón aumentó súbitamente el ritmo de los latidos hasta convertirlos en algo sólido ansiando escapar del cuerpo por el pecho y por las sienes.
-¿Quien está ahí?-preguntó Genara. Se contaban historias de animas vagando por aquel lugar y al fin y al cabo, estaba anocheciendo y una sombra le estaba haciendo señas.
-¡Ven Genara!-Insistió la voz
-QUIEN ERES, QUE QUIERES!-preguntó la mujer con una mezcla de impaciencia y de terror.
-¡Baja la voz y ven!-Contestó la sombra.
-¿Qué quieres?
Genara se quedó inmóvil esperando alguna respuesta.
Nada se escuchó durante unos treinta segundos hasta que la sombra prosiguió.
-¿Quieres saber con quién se ve tu hija? ¿Quieres ver dónde se encuentran? ¿Quieres ver lo que hacen?
Genara Vazquez pareció reconocer la misteriosa voz. Todo lo sobrenatural y terrorífico de aquel ser había desaparecido en un segundo. Los latidos volvieron paulatinamente a su ritmo normal y a su lugar de origen. La sombra salió de su escondrijo. La mujer, a pesar de que  no podía ver más que una silueta harapienta con un saco en la mano y lo que parecía una herramienta en la otra, recuperó la confianza y sobre todo la curiosidad ante la pregunta que acababan de hacerle. Sin pensarlo y con nueva determinación, la mujer empezó a cruzar el puente dando grandes zancadas. .

-¡De modo que eres tú¡ Bueno...vamos a ver qué tienes que contarme.

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