CAPITULO XXV
XXV
7 de abril de 1830
REGUEIRO
OURENSE
-¡Vamos gandul! Levanta ya
que parece que no quieres oficiar la misa hoy.
Era casi el mediodía cuando Manuel Blanco se
levantó, se aseó, y se encaminó a la iglesia. Ofició la misa junto al padre
Valentín y luego volvió a casa para comer.
El día era soleado, no caluroso pero sí
brillante como en los primeros días de primavera. La jornada anterior había
sido mala, malísima, con un fuerte viento durante casi toda la noche y el
amanecer había traído un sol tan grande y acogedor como raro era verlo en
aquella época del año.
Pasó la tarde con el Padre Valentín y al
volver a su casa al atardecer, observó como se formaban corrillos de gentes de
la aldea hablando entre ellos y haciéndose la señal de la cruz.
Manuel llegó a su casa sin hacer mucho caso a
las habladurías que comenzaban a circular de corrillo en corrillo. Maria
Romasanta apareció pocos instantes después con el rostro desencajado.
-¡Ha ocurrido una gran
desgracia Manuel!
-¿Que pasa madre?-contestó el hijo con cara de preocupación.
-Una mujer de Sotuelo murió
anoche atacada por unos lobos. Según cuentan, tuvo que ser una manada, por las
terribles heridas que sufrió la desdichada, ¡Dios la acoja en su seno!
-¡Es terrible-contestó
Manuel.
-Según dicen, le arrancaron
la piel, le rebanaron el cuello y se desangró entera. Los lobos le comieron los
pechos, la barriga y parte de una pierna. Un brazo le fue arrancado de cuajo y
apareció a unos diez metros.
-¡Que horror!
-Tienes que tener mucho cuidado
con los lobos Manuel. El médico dice que si hay una manada hambrienta, nadie
está a salvo del ataque de estas bestias del diablo, y tú pasas mucho tiempo en
el bosque.
-¡Pero madre, yo...!
-¡No Manuel! Tienes que tener
mucho cuidado con los lobos. Son unas criaturas infernales, el demonio las
guía, nadie sabe a quién pueden atacar.
-No se preocupe usted madre,
que yo no temo a los lobos...y mucho menos a estos...
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