CAPITULO XXVIII
XXVIII
1 de enero de 1834
ROMASANTA TIENE 24 AÑOS
FRANCISCA GOMEZ TIENE 27
AÑOS
REGUEIRO
OURENSE
-¡Francisca, abre! ¡Abre
rápido que tu padre está muy mal!
La que llamaba aquella madrugada de año nuevo
a la puerta de Manuel Blanco y Francisca Gómez era Sofía Cubeiro, vecina de As
Lamas que llevaba unos meses viviendo con Ricardo Gómez, el padre de Francisca.
Sofía era una viuda que casi rondaba los
cincuenta pero que aún poseía gran parte de su belleza de antaño. Era una mujer
guapa, elegante, que gustaba ir bien vestida los domingos, trabajadora y buena
compañera. Conoció a Ricardo en un viaje que ella hizo con su marido, el
fallecido Juan de Castro, a Orense para unos asuntos de una partición familiar.
Tenían que cobrar parte de una herencia de los padres de Juan. El problema es
que las cuñadas de Sofía se negaban a repartir el dinero entre los tres
hermanos.
El marido de Sofía murió allí en Orense. Las
gentes dijeron que había sido aojado y que el mal junto con la avaricia habían
acabado con su vida en pocos días.
Lo que había sucedido en realidad es que el
desdichado, que se hospedaba con su mujer en una posada a las afueras de
Orense, padeció primero una fiebre muy alta durante dos días, después le
salieron llagas por toda la piel y en la garganta que acabaron abriéndose para
supurar sangre y pus a la vez. Desde que las fiebres comenzaron hasta la muerte
de Juan de Castro pasaron solo seis trágicos y agonizantes días.
Lo enterraron allí mismo, los gastos del
entierro y los oficios fueron sufragados por las hermanas de Juan, pero eso fue
lo único que pagaron. A Sofía le dijeron que no querían volver a verla más en
la vida y la dejaron allí, a la entrada de Orense sola, viuda, desolada y sin
dinero.
Fue en un puente sobre el Cachamuiña
dónde Ricardo encontró a Sofía. Estaba
llorando y parecía a punto de lanzarse al agua. Hablaron, se conocieron,
hicieron parte del camino juntos y finalmente Sofía se fue a vivir una nueva
vida con el también viudo Ricardo Gómez
seis meses después.
Sofía y Ricardo moraban en una casa a pocos
metros de donde vivían Manuel y Francisca. Aquella madrugada de nochevieja,
Sofía se había despertado al escuchar las fuertes toses de Ricardo. Al
incorporarse, tocó la frente del hombre que tenía a su lado y al comprobar que
padecía una fiebre altísima, recordó a su difunto marido. Sufrió un pánico terrible.
En cuestión de segundos la idea de que Ricardo muriera como Juan le llenó de
una agobiante angustia, al pensar que podía quedarse sola una vez mas.
Se repuso un poco al recordar a la hija de
Ricardo con quien se llevaba de maravilla y a quien sabía que podía acudir
gracias al cariño que ambas mujeres se profesaban.
-¡ Vamos Francisca, abre, que
tengo mucho miedo!
Fue Manuel, el que abrió la
puerta con el rostro de preocupación mezclado con el sueño.
-¡Pasa mujer! ¿Qué ocurre?
Francisca ya salía de la habitación
cuando Sofía comenzó a hablar:
-¡Es Ricardo! Tiene una fiebre muy alta...y
tose...tose mucho...está frío...y sudando. ¡Por la Madre de Dios, que Ricardo
se me muere!
Salieron los tres en la
noche oscura. Una fina llovizna comenzaba a caer calándoles hasta los huesos
dónde el frío helado ya se había instalado unos instantes antes.
El padre había dejado de
toser. Aun estaba caliente, pero, o bien, la fiebre no era tan alta y Sofía se
había dejado llevar por sus temores o la salud de Ricardo había mejorado mucho
en poco tiempo.
Al ver que su estado no era
tan grave, Sofía rompió a llorar como una niña pequeña. Después de perder a su
marido, la mujer no soportaba la idea de tener que perder también a aquel
hombre tan atento y bondadoso.
Francisca estrechó a su
madrastra consolándola entre sus brazos. Las dos mujeres estuvieron unos
minutos abrazadas mientras Manuel comprobaba que su suegro dormía plácidamente.
Le tocó la frente. Tenía algo de fiebre. El invierno que está siendo más frío
que otros años-pensó. Echó dos troncos finos sobre las ascuas de la chimenea y
en pocos minutos avivó de nuevo el fuego.
-Tranquilízate Sofía, pasaremos la noche aquí
contigo.
-La noche y el tiempo que haga falta-corrigió Francisca.
-Si, el que haga falta-confirmó Manuel.
-Gracias...gracias a los dos...-respondió Sofía y mirando al techo de la casa
concluyó-Gracias mi buen señor.
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