CAPITULO XXX
XXX
19 de marzo de 1834
REGUEIRO
OURENSE
Manuel Blanco salía de misa.
El domingo era frío y las nubes oscurecían tanto el cielo que parecía como si
no hubiera amanecido aun aquella mañana.
El carro de Manuel Ferreiro
estaba parado delante de la iglesia. El viejo tendero había perdido peso los
últimos años y ya no parecía el charlatán de antaño.
Ferreiro y Romasanta se
habían visto mucho desde la muerte del padre de este último. En ocasiones
habían viajado juntos a comprar mercancía para la venta ambulante y a pesar del
incidente ocurrido la noche en que murió Miguel Blanco, Manuel no temía al
tendero. De hecho jamás volvieron a hablar sobre la fatídica noche. Ferreiro ya
tenía temas de los que hablar, entre lobisomes, duendes y siniestras comitivas
y las correrías falderas de todos los párrocos desde San Mamed hasta Chaves.
-¿Qué tal Canicha? Mucho tiempo sin verte
¿Verdad?
-¡No me llames Canicha! Que ya tengo
una edad para que me tengas un respeto.
-¡Uuuuh! Parece que la rapaziña se va haciendo
valiente. ¿Debo tener miedo?
-Bueno, viendo como huiste la noche que mi
padre murió, supongo que ya vives con el miedo en el cuerpo. Esto no será nuevo
para ti.
-La noche que mataron a tu padre-Ferreiro cambió el tono jocoso por otro más
brusco-me vi obligado a dejar el
lugar porque era mejor que este buhonero no tuviera que responder de ciertas
cosas ante la Guardia Civil.
-¿Cómo porqué tratabas de abusar de un
adolescente?
-¡No me vengas con gaitas! De sobra sabías que
no te iba a hacer nada. Desapareciste en el bosque como una sombra. A tu padre
lo mataron unos lobos que ninguno de los dos vimos. Yo me salvé, no sé porqué,
pero tu te libraste porque sabes ser invisible como ellos. Te escabulles sin
hacer ruido, como si fueras una ánima y a veces me pregunto si no lo serás.
-No soy más ánima que tú honrado vieja babosa.
-Desde luego, si que tienes el mismo carácter
que tu padre...
-¡Yo no tengo nada de mi padre! Mi padre se
pudre bajo tierra y allí está bien.
-¡Bueeeeeeno! Olvidemos a tu padre. Dime como
te trata la vida a ti. Desde que estás casado viajas cada vez menos conmigo.
Este año saldré muy pronto para León, seguramente en una semana o más, podemos
hacer el camino juntos, si quieres, claro.
-No lo creo, Ferreiro, Francisca lleva unos días en cama con mucha
fiebre. Ahora venía de rezar por ella
mientras su madrastra cuida de ella pero voy corriendo a su encuentro.
-¡Vaya por Dios! Si se te ve preocupado. Será
por eso que estás tan brusco. Bueno amigo, deseo que Francisca mejore cuanto
antes.
-Gracias Ferreiro. Dios lo quiera.
-Y si cambias de parecer y quieres volver a
recorrer los caminos con este viejo tendero, ya sabes, partimos en una semana.
-No lo creo. Cuidaré de mi esposa hasta que se
cure por completo y luego veré si salgo a comprar mercancía o paso el verano haciendo
trabajos por aquí cerca.
-Como quieras. ¡Con Dios!
-¡Con Dios Ferreiro!
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