HOMBRES LOBO Y DEMÁS FENÓMENOS
HOMBRES
LOBO Y DEMÁS FENÓMENOS
Hubo un tiempo en el
que los circos, que se instalaban generalmente a las afueras de los pueblos, no
solo llevaban las carpas dónde los trapecistas hacían sus acrobacias imposibles,
los payasos desataban las carcajadas de los niños y de los mayores y los osos,
los caballos y los elefantes hacían números y posturas imposibles bajo las
órdenes de sus domadores.
Además de todo aquel mundo de luces y magia, el circo también
traía consigo las carretas y los toldos con las tómbolas, las atracciones de
feria y todo tipo de servicios que iban desde la prostitución a la lectura del
futuro en las líneas de las manos.
Pero las atracciones que más público atraían y que constituía
una fuente importante de ingresos para los empresarios de los circos
ambulantes, eran los fenómenos como los hombres lobos, las mujeres barbudas y
demás prodigios.
Dejadme que os cuente, por encima, la historia de alguno de
ellos:
Agustín Luengo Capilla nació en la localidad de Alcocer en
Bádajoz el 15 de agosto de 1849. Conocido como el Gigante Extremeño, Agustín es
el segundo español más alto de la histiria habiendo llegado a medir hasta
2,35m. Vendido por su padre a un circo, el muchacho pasó casi toda su vida de
una ciudad a otra ofreciendo el espectáculo de su altura a los atónitos y
fascinados lugareños. Su enorme esqueleto se conserva aun en el Museo Nacional
de Antropología de Madrid y existe un proyecto para abrir un museo sobre el
personaje en su ciudad natal.
Edward Mordake, nació con dos caras. Su segundo rostro, más
pequeño que el normal, se ubicaba en la parte posterior de su cabeza y, según
los médicos, carecía de vida. A pesar de ello, cada vez que Mordake sonreía, el
segundo rostro también lo hacía y cuando el hombre lloraba, la faz trasera se
tornaba triste ante el horror y el asombro de los que observaban el fenómeno. Varios
médicos trataron de extirparle la faz muerta sin poder conseguirlo. El pobre
Edward pasó un verdadero infierno y afirmaba que el rostro le hablaba y le
hacía la vida imposible. Al final, el desdichado no pudo más y se quitó la vida
a los 23 años.
Claude Ambroise Seurat, el hombre esqueleto nació en Troyes
el 10 de abril de 1798. Con diez años Claude Ambroise empieza a adelgazar
misteriosamente. A pesar de comoer tan solo un pedazo de pan y un vaso de vino,
el hombre daba muestras de gozar de una excelente salud. Pronto, le llamaron “La
anatomía Humana” porque estaba tan delgado que sus huesos y sus músculos solo
estaban recubiertos por una fina capa de piel. Cuentan que su delgadez era tal
que se podía ver como su corazón latía. A su muerte en 1833, los médicos sacaron
de su cuerpo una tenia de cinco metros de largo. El hombre, a pesar de su
condición, vivió feliz exhibiéndose por los teatros de Francia e Inglaterra.
Además de todos aquellos curiosos personajes, los hombres
lobo se multiplicaban en los circos, en los carromatos ambulantes, incluso en
algunos de los Zoo humanos que se podían ver en las lujosas y modernas
capitales europeas en el siglo XIX.
Manuel Blanco Romasanta, en su constante deambular, pudo
encontrarse alguno de esos circos en alguna de las ciudades por dónde solía
pasar. Me gustó jugar con la idea de que Manuel Blanco pudo haberse encontrado
con el gigante extremeño o con alguno de aquellos hombres acechados de
hipertricosis o síndrome del hombre lobo. Cronológicamente, es completamente
imposible que Romasanta se encontrase a Agustin Luengo en un circo porque en
1850, el gigante extremeño tan solo tenía un añito. A pesar de ello, me gustó
meter a este personaje en la novela, y también al Hombre Lobo Canario, aunque
en el siglo XIX el tal Pedro González llevara unos doscientos años muertos. Y
si aprendí algo al redactar aquel capitulo fue una cosa muy importante. Aquellas
personas que, no lo olvidemos, existieron de verdad, eran exactamente como
nosotros, con sus penas y sus alegrías, con sus gustos y sus manías. Igual que
nosotros con la salvedad de que eran más altos, más delgados o con más pelo. Espero
de corazón que, este hecho curioso, me sirva de lección, y que vea siempre como
igual a todo aquel al que otros se empeñan siempre a mostrar como diferente.
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